el espíritu safarista que se hereda » Catriel25Noticias.com

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Histórico del deporte motor en Catriel, Miguel Pelayo repasa sus inicios como piloto en la categoría Fiat Petrolera 850, su paso al safari, el protagonismo de su hijo Dante como navegante y una vida entre talleres, amigos y familia. A los 76 años volvió a competir “para disfrutar”, con la misma pasión que lo llevó a debutar en Allen y recorrer la región.

Por Victor Suárez (www.infosports.com.ar / FM Alas)

En su taller, entre mates, herramientas y memorias de carrera, Miguel Pelayo elige un verbo para definir su presente: “disfrutar”. Ese es, dice, el espíritu safarista que lo acompaña desde que armó su primer auto en familia y debutó como piloto en Allen, en los años de la divisional Fiat Petrolera 850. No venía de las categorías menores ni de escuelas de conducción, sino del trabajo mecánico y la insistencia. La fórmula fue simple y exigente: tiempo, mano de obra y prueba.

Miguel Pelayo

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Las primeras competencias lo encontraron con un auto modesto para la exigencia técnica, pero con una constancia inquebrantable. “Fui prácticamente a todas”, recuerda. Cuando la 850 comenzó a desaparecer, llegó el safari casi por casualidad. Primero con recelo –“no me llamaba la atención”– hasta que apareció la oportunidad de comprar un vehículo que conocía de memoria porque él mismo había preparado su mecánica. Desde entonces, la hoja de ruta reemplazó a la cuerda del circuito y el automovilismo de tierra se convirtió en su geografía deportiva.

La escena más recordada de su trayectoria tiene coequiper y apellido: Dante Pelayo, su hijo. Debutó como navegante en Los Menucos y rápidamente el ambiente lo reconoció como uno de los mejores. Su fortaleza estaba en la interpretación precisa de la hoja de ruta y en la táctica: anticipar el terreno, decidir por dónde entrar y administrar el riesgo en cada vado o loma. En el safari, la gestión del ritmo es estrategia pura. “Hay que aguantar la carrera”, resume Miguel, con la sabiduría de los años.

El análisis técnico también aparece en sus palabras. Su vehículo mantiene suspensiones con elásticos donde otros adoptaron configuraciones más sofisticadas. Esa decisión define su táctica: cuidar el paso en terrenos rotos, evitar golpes secos y priorizar la confiabilidad sobre la velocidad de punta. Lo que antes eran hojas de ruta con tramos livianos hoy son recorridos duros, casi de cross country, con pocos metros para acelerar. “Ahora la complicación técnica viene por otro lado y de la mano de lo económico”, explica. La clave, otra vez, es el equilibrio entre rendimiento y resistencia.

Su regreso reciente al safari fue por insistencia familiar. Antonio, otro de sus hijos, lo convenció de volver a subirse al auto después de catorce años. “No estaba convencido, pero lo hice por no defraudarlo”, cuenta. A los diez minutos de prueba, el cuerpo respondió: la cabeza leyó el suelo y la mano derecha habló con el motor. Hubo golpes y roturas, pero el disfrute ganó por varias carrocerías. Hoy su objetivo no es el campeonato, sino el ritual de compartir viajes, mates y anécdotas con amigos de siempre.

WhatsApp Image 2025 11 04 at 15.30.24De Catriel a Regina, de Los Menucos a Valcheta, las rutas de Pelayo están llenas de apellidos que arman el árbol genealógico del safari regional: familias que siguen con hijos y nietos, equipos que se prestan herramientas y colaboradores que hacen posible lo imposible. Ese capital humano también compite. Su próxima meta será una carrera en General Alvear, Mendoza, con formato mixto entre safari y cross country. Es un nuevo desafío, pero con la misma máxima: llegar con el auto entero.

Desde fines de los años setenta en el taller y desde los ochenta en la competencia, Miguel acumula más de cuatro décadas de fierros, títulos y amistades. “Estoy bien, me apoyan todos”, repite. Su despedida tiene el tono sobrio de los históricos: un saludo a los referentes que ya no están y una promesa simple. Mientras el cuerpo responda y la familia empuje, Miguel Pelayo seguirá abriendo huella en el camino.



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